EL JUEGO EN LOS NIÑOS
Los adultos no damos, a veces, valor al juego. Pensamos que cuando nuestros hijos juegan, no están haciendo nada importante, creyendo incluso, que están perdiendo el tiempo.
En todas las culturas, todos los niños nacen con la capacidad de jugar, y no es por casualidad.
Cuando conocemos en profundidad la naturaleza del niño, descubrimos que a través del juego crea conexiones neuronales, desarrolla la creatividad, adquiere la capacidad de abstracción, desarrolla la motricidad fina y la gruesa… Es decir, el juego aporta muchísimas capacidades a los niños y es importante preservar los ratos de juego.
Y no hace falta que sea un juego estructurado sino que el juego libre es perfecto, el juego que nace de si mismo y lo hace conectar con sus propias posibilidades y las de su entorno.
Observar el juego de los niños, nos da mucha información sobre cómo se encuentran en el ámbito emocional.
Las etapas de juego son básicamente dos:
El juego presimbòlico que se caracteriza para ser una etapa más exploratoria y de experimentación, donde los objetos todavía no representan cosas.
En el juego presimbólico el niño podrá revivir aquellas situaciones que le han generado dolor para poder representarlas y así transformarlas, aprender a gestionar conflictos, extraer y gestionar la agresividad propia para aprender a canalizarla de manera saludable…
El juego saludable es aquel que permite al niño descubrir e interactuar con su entorno: tocar, saltar, subir, bajar, oler, escuchar, modificar, experimentar… y todas aquellas actividades que ponen en juego todos los sentidos del niño.
Tenemos que permitir a los niños que toquen, se ensucien, pinten con las manos, pies, corran, suban a los árboles… porque estas actividades amplían su experiencia y dan mucha riqueza sensorial a los niños.
Algunos niños han perdido la capacidad de jugar y el único interés que demuestran es por los videojuegos, o el uso de la televisión y de las nuevas tecnologías. Cuando esto pasa, nos tenemos que preguntar cómo hemos acompañado a ese niño en sus primeras etapas.
Cuando un niño ha perdido la capacidad de jugar tiene que ver con cómo está emocionalmente.